1. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Este
conocido dicho popular, a pesar de poder cuestionarse desde muchos puntos de
vista, incluyendo el ético, esconde una gran verdad, nos guste o no. Si no
fuese así, no veríamos que este refrán se transmite de una generación a otra. ¿Cuántas
parejas siguen juntas debido a la desinformación, a no poder o no querer ver la
realidad? Muchas, muchísimas y probablemente sean más felices de lo que
hubiesen sido en el escenario alternativo de haber conocido la realidad y verificado
la extensión de su cornamenta.
2. Sin embargo, este precepto que puede ser útil en la
esfera amorosa de las personas, no es un buen consejo para conducir la política
del Estado. Aquellos que sobrellevan la responsabilidad de diseñar y ejecutar
políticas públicas de toda índole –en el sector salud para enfrentar la
pandemia actual, en los sectores económicos para minimizar el impacto de la
crisis sanitaria sobre la producción y el empleo– requieren contar con toda la
información útil disponible y procesarla de manera adecuada a fin de actuar con
eficacia. Aquellos que no lo hagan y que prefieran no conocer toda la verdad, o
actuar o dejar de hacerlo en base a la desinformación y a desinformar,
simplemente no deben estar a cargo de la conducción de las políticas del
Estado.
3. Quiero pensar que la mayor parte de autoridades prefieren
conocer el estado real de las cosas. No se necesita de un equipo de estrellas
al mando, solo gente con sentido común y con el carácter para tomar decisiones
en base a información parcial e imprecisa, es decir, dispuesta a tomar riesgos.
En efecto, parte importante del problema reside en que la información de la que
se dispone es muchas veces limitada y poco confiable. No contamos con toda la
información que requerimos ni en la oportunidad que la necesitamos.
4. A este problema con la calidad de los datos, se añade el
del “software” requerido para procesarlos. Los modelos teóricos con los que
contamos para procesar la data están bajo revisión continua, precisamente porque
sus predicciones no se ajustan a lo que se observa en el mundo real. Los
economistas debimos haber aprendido esto, ser más humildes y no aferrarnos a
modelos deficientes. Debemos ser conscientes de que nuestra comprensión del
funcionamiento de la economía dual, de nuestras débiles instituciones y de la
efectividad de nuestras políticas en contextos cambiantes es todavía muy
limitada. Esta limitación se hace más evidente cuando enfrentamos un shock como
el actual.
5. Este shock
es, de lejos, el más grande que ha afectado al sector real de la economía desde
que tenemos cuentas nacionales (los últimos 70 años). En nuestra economía el
sector informal es enorme, aunque no
conozcamos con precisión su real dimensión e interrelación con el resto de la
economía. Algunos piensan que es útil hacer ejercicios de fine tuning y de reactivación sectorial espaciada en el tiempo,
pensando que podemos adaptar esquemas aplicados en economías con instituciones muy
diferentes a la nuestras. Pareciera que no conocemos nuestra realidad o, peor
aún, que no somos conscientes de nuestro desconocimiento.
6. Sabemos que eventualmente la salud del sector
financiero refleja la salud del sector real. Las acertadas medidas de la SBS
han permitido ganar tiempo, pero nada más. Hoy nos toca tomar decisiones en base a información
parcial y a una comprensión limitada del problema que enfrentamos. Lo que no
podemos hacer es dejar de tomar decisiones debido a que no contamos con la
información suficiente. Hay que actuar en base al sentido común, aunque no por
gusto se dice que es el menos común de los sentidos.
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