- Hace cinco años, cuando Ollanta Humala fue elegido presidente, subrayamos
la necesidad de que éste tendiese puentes hacia otras fuerzas políticas y que
asegurase el concurso de profesionales calificados para su gobierno. Muchos
enfatizamos la importancia de continuar creciendo alta y sostenidamente,
pues era un prerrequisito para seguir reduciendo la pobreza. Resultaba
necesario mantener tasas altas de inversión y, en ese contexto, sugerí una
meta de inversión bruta del 25% del PBI y que la inversión privada no fuese
menor al 20% del producto.
- Veamos cómo nos fue. A pesar de la caída en nuestros términos de
intercambio y de la desaceleración económica mundial, la inversión bruta promedio
del 2011-15 alcanzó el 26.4% y la inversión privada representó el 21.1%
del PBI (frente al 23.0% y 18.4% del quinquenio anterior, respectivamente).
Esto permitió seguir creciendo por encima de nuestros pares y continuar
disminuyendo la pobreza, aunque a tasas menores que las del súper ciclo de
los commodities. Sin duda, el dinamismo de la inversión privada reflejó
los megaproyectos que se habían gestado en el quinquenio anterior, pero el
aumento de la inversión se materializó gracias al manejo prudente de la
economía de estos años.
- Lo bueno no estuvo limitado al manejo macroeonómico. Ollanta
Humala continuó con políticas y proyectos iniciados en gobiernos
anteriores, como la defensa de la posición peruana en La Haya, la política
comercial y algunos proyectos de infraestructura. En educación, el
Ministro Saavedra estableció un liderazgo y un estilo de gestión que
deberían mantenerse en el futuro. También hubo progreso en materia de
política social, ambiental y de diversificación productiva. Pero es
importante enfatizar que nada de esto hubiese sido posible si es que el
presidente no hubiese dejado rápidamente de lado las propuestas de “La
Gran Transformación”. Con ello se liberó de los lastres que habrían
condenado al fracaso a su gobierno.
- Y ahora me toca hablar de lo malo, no por aguafiestas ni para
aplacar las iras de los “Humala-haters”, sino para aprender de los
errores. Entre los yerros más graves destaca la innecesaria confrontación
del gobierno con otras fuerzas políticas y con diferentes actores del
sector privado. En vez de tender puentes, se dinamitaron posibles vías de
comunicación y entendimiento. La innecesaria polarización generó
incertidumbre e impidió un progreso más rápido. Se malgastó tiempo y
capital político en insultar, pero se avanzó poco en materia de reformas.
- El Estado, lejos de reformarse y modernizarse, se anquilosó.
Faltó un norte de reformas claramente definido y, en este mar de
indefiniciones, la informalidad y la inseguridad continuaron expandiéndose.
La falta de respuestas oportunas y adecuadas de política económica
facilitó el que el shock externo se tradujese en un severo deterioro de las
cuentas fiscales y en la desaceleración de la inversión privada. Y ahora el
gobierno deja una economía menos sólida de la que encontró.
- Finalmente, lo feo: el estilo de gobierno del presidente. A
Ollanta Humala le faltó liderazgo. La cada vez mayor injerencia de la
primera dama en materias que no eran de su competencia socavaron la figura
presidencial. Y aunque sería injusto desconocer los aportes de Nadine
Heredia al gobierno de su esposo, la forma en que lo hizo no fue la
apropiada. Bajo su mando, el partido nacionalista probó estar pegado con
babas y la diáspora de sus integrantes terminó por liquidar tempranamente
al gobierno de Humala.
- Lo bueno, lo malo y o feo. Es de esperar que el nuevo gobierno
continúe con lo bueno, aprenda de lo malo y se mire al espejo para evitar
caer en lo feo.
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