- El viernes pasado, Adamo y Maynardo, dos
economistas que cada dos viernes conversan en Gestión, presentaron
visiones enfrentadas sobre los efectos macro del Niño costero. Maynardo
sostenía que la reconstrucción que vendrá tras la destrucción causada por la
anomalía climática, será reactivadora. Adamo, menos optimista, nos
indicaba que la destrucción no puede ser una fuente de dinamismo
macroeconómico: “Si la destrucción fuera buena, entonces habría que
demoler edificios, volar puentes y destruir caminos para hacer que crezca
más rápido la economía. Absurdo.”
- Difícil es no estar de acuerdo con Adamo. Sin
duda, la destrucción de infraestructura y sus efectos sobre la oferta reducirán
el crecimiento económico en el corto plazo. El esfuerzo de reconstrucción
y el consecuente impulso fiscal vendrá después; probablemente se sienta
con fuerza en el 2018 y 2019. Y esto no refleja necesariamente falta de
capacidad de reacción por parte del Estado (algo de la cual veremos en el
2017), simplemente muestra que gastar mucho y bien no es fácil. Gastar de
manera responsable y reconstruir acertadamente toma tiempo.
- Pero acaso ¿es el sector público el único que
gastará en la reconstrucción? ¿Qué hay del sector privado? El sector
privado, tanto las empresas como las familias, también gastará en
reconstruir y reparar los inmensos daños que ha sufrido, y de esta manera
contribuirá a reactivar la ya alicaída demanda interna. ¿Será esto
suficiente? Probablemente no. ¿Cómo va a financiar este esfuerzo el sector
privado? ¿Los bancos comerciales estarán dispuestos a prestar más en las
zonas donde sus créditos ya se han deteriorado? ¿Qué activos servirán de
garantía? Muchos de ellos fueron destruidos. La situación es compleja y
claramente se requiere de políticas públicas proactivas.
- Algunos líderes de opinión han sugerido que el
gasto de reconstrucción, público y privado, será tan reactivador que
sobrepasará el efecto negativo sobre la demanda que tendrá la destrucción,
por lo que lo único que se necesita es gastar bien y rápido. Pero la
verdad es que esto no es más que la expresión de buenos deseos y sería
peligroso que los responsables de la política económica pensasen así. El
gasto de reconstrucción no va a compensar el efecto negativo de la
destrucción sobre la demanda. Las empresas y la gente cuyos activos han
desaparecido no pueden empezar a gastar de la nada. Por otro lado, el
Estado se va a demorar en gastar, pues debe gastar bien y no despilfarrar.
- Sin golpe de timón macroeconómico, la demanda
interna caerá y probablemente el ingreso per cápita de los peruanos se
contraerá. Pensar que el crecimiento se desacelerará en “un puntito” en el
2017 no es realista, es un pronóstico optimista que se alcanzará solo si la
política macroeconómica se adapta rápidamente a este nuevo escenario. Hay
que internalizar la magnitud del problema y utilizar todos los
instrumentos de política para hacerle frente: ejecutar una política fiscal
mucho más expansiva (incluyendo transferencias directas a los
damnificados, quienes son los que mejor saben cómo aplicar estos recursos),
transmitir con claridad la temporalidad del mayor déficit fiscal, y ser
bastante más expansivo en materia monetaria (bajando ya las tasas de
referencia y de encaje).
- En caso contrario, la demanda interna decrecerá,
el desempleo aumentará y nos enfilaremos hacia tiempos políticos muy turbulentos, que
dificultarán la recuperación de la inversión y del crecimiento.
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