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- Diversos grupos de interés vienen cuestionando a la industria extractiva, sobre todo a la minería y al petróleo, desde hace muchos años. Algunos sectores radicales se oponen ferozmente a ella y han logrado que muchos proyectos de inversión de gran envergadura se posterguen o abandonen indefinidamente. Así, dejamos de ejecutar decenas de miles de millones de dólares en este tipo de proyectos y, producto de ello, crecimos menos, y dejamos a más peruanos sumidos en la pobreza.
- Sin embargo, es importante reconocer que los que se oponen a este tipo de proyectos no solo son grupos radicales o personajes turbios que lucran al asumir esta posición, sino también muchos pobladores de las comunidades aledañas a dichos proyectos. Pero sorprendentemente, aun hoy en día, a muchos analistas les es difícil entender por qué los ciudadanos que habitan en estas localidades se oponen a los proyectos de inversión, pues al final los terminarían beneficiando (empleo, canon, mayor demanda y actividad económica). Aparentemente, oponerse a algo que los va a beneficiar no es racional, por lo que algunos analistas consideran que este comportamiento es producto de la desinformación y/o la manipulación. Puede ser, pero, definitivamente, esta no es toda la historia.
- Contrariamente a la visión economicista tradicional, las emociones –que están detrás del componente irracional de nuestro comportamiento– juegan un rol crucial en decisiones con importantes consecuencias económicas. La desconfianza es una de esas emociones y tiene un rol protagónico en lo que estamos presenciando hoy en día en diferentes partes del territorio nacional con la industria extractiva. De hecho, la desconfianza dificulta la transmisión de la información necesaria para la toma de decisiones racionales. Asimismo, el sentimiento de “injusticia”, compartido por muchos pobladores que se oponen a los proyectos extractivos, es otra emoción muy fuerte que puede ayudar a explicar la problemática actual.
- Estoy viviendo de cerca la importante destrucción de valor que se está produciendo en la industria petrolera producto del comportamiento de una serie de ciudadanos peruanos que habitan en la Amazonía. Tal como señalé en mi última columna, hoy, después de más de 40 años de explotación de hidrocarburos en esta región, muchas de las comunidades de las zonas donde opera la industria petrolera no perciben que su bienestar se haya incrementado, sino más bien que se ha deteriorado. Es más, el Estado está ausente en gran parte de este territorio y no brinda los bienes y servicios públicos mínimos que demandan las comunidades nativas de la Amazonía, a pesar de los diversos ofrecimientos realizados a lo largo de los años.
- En este contexto, no debe sorprender que emociones como la desconfianza y el sentimiento de injusticia dominen el comportamiento de muchas de las comunidades nativas ubicadas en la zona de influencia de la industria petrolera. Sin duda, la solución al problema que estamos viviendo pasa por escuchar y atender progresivamente a las legítimas demandas de estos peruanos. Para ser exitosas, las políticas públicas que se diseñen y ejecuten para este fin, deberán necesariamente tomar en cuenta las emociones que dominan el caldeado ambiente político y social al cual hemos llegado. Pero para ser exitosas, primero se requiere restablecer la paz y el orden, el respeto a la ley.
- Los miembros de las comunidades nativas de la Amazonía tienen los mismos derechos y obligaciones que el resto de peruanos. Tienen que respetar la ley. Para salir de la actual crisis, resulta indispensable promover el diálogo respetuoso, en el que necesariamente deberían participar las autoridades democráticamente elegidas de la Amazonía, y sujetar cualquier solución al inmediato restablecimiento de la ley y el orden.
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