1. El 15 de julio,
fecha en que el INEI debía publicar las cifras del crecimiento del PBI, se
anunció el nombramiento de Pedro Cateriano como nuevo premier y la conformación
de un nuevo gabinete ministerial. Esta noticia opacó aquella de la fuerte caída
del PBI de mayo: -32.75%, pero poco podía hacer para aliviar la crisis
económica. Aunque la salida de Vicente Zeballos de la PCM y su reemplazo por
Cateriano fue bien recibida por muchos, todavía quedaba por ver qué cambios
reales se podrían introducir en el último año del gobierno, que en la práctica
solo tiene ocho meses.
2.
Sin duda, el
nombramiento de Pilar Mazzetti al Ministerio de Salud, fue considerado por muchos
como una buena noticia. Y el que ella muy pronto empezase a aclarar las cifras
de los muertos por la pandemia le generó credibilidad a ella y al gobierno (que
hasta entonces había arrastrado los pies en materia de transparentar cifras
relativas a las crisis sanitaria y económica). Sus diversas declaraciones han
estado caracterizadas por ser realistas y acordes con el sentido común. Ojalá
que ella continúe liderando la lucha contra el COVID-19 y contagie de realismo
y transparencia al resto del gabinete.
3.
Pero, luego llegó
el discurso de 28 de julio del presidente Vizcarra, el cual para diversos analistas
dejó mucho que desear. Algo de humildad hubiese ayudado, pero no se reconoció
errores y al no hacerlo resultaba difícil anticipar mejoras sustanciales en el último
año del gobierno. El presidente perdió la oportunidad de convocar a las
diferentes fuerzas políticas alrededor de un plan concreto de corto plazo para
enfrentar la actual crisis sanitaria y económica. A pesar de esto, la
ciudadanía albergaba la esperanza de que el discurso del premier aclarase el
panorama y presentase propuestas mínimamente consensuadas que generasen
confianza. La capacidad de dialogar y la experiencia política de Cateriano seguramente
lo ayudarían a ganarse el apoyo de las distintas tiendas políticas. Había que
esperar.
4.
Y vino el discurso
de Cateriano: largo, tedioso y carente de una visión diferente de cómo
enfrentar las crisis. Algunos opinan que se trató de más de lo mismo. Y dado
que lo que se venía aplicando no había dado buenos resultados, difícilmente
podía generar confianza, menos aún atraer nuevos aliados. Increíblemente, Cateriano
no había tendido los puentes necesarios, negociado y llegado a acuerdos mínimos
para obtener el apoyo que fue a pedir. Fue al Congreso sabiendo que no tenía el
respaldo de la mayoría; pechó a los congresistas y estos lo tumbaron. ¡Qué
pena, todos perdimos!
5.
Entre las razones que
explicarían la denegación de la confianza se menciona que para la izquierda el discurso
habría sido muy proempresa y, sobre todo, prominero, mientras que, para algunos
lobistas opuestos a la reforma universitaria, la permanencia del ministro de
educación era inviable. Poco importa, el resultado perjudica a la mayoría de
peruanos y refleja la incapacidad de dialogar, negociar y llegar a acuerdos. En
vez del “divide y vencerás”, el Ejecutivo optó por el “une a tus enemigos y
perderás”.
6.
Ahora, a la crisis
económica y sanitaria, se le ha agregado una crisis política innecesaria.
Pareciera ser que nuestros políticos no han internalizado la gravedad de la
situación del país. Necesitamos ponernos de acuerdo en torno a un plan de
emergencia. No es momento de agudizar diferencias ni de pensar en el interés
político o económico propio, sino de contribuir a que el Perú se ponga
nuevamente de pie. Y para lograr esto es indispensable construir relaciones de confianza
entre los actores relevantes, generando consensos alrededor de metas concretas
de corto plazo.
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