1.
El gobierno del presidente Vizcarra está
acercándose a su final. Faltan poco más de seis meses para las elecciones
generales del 2021. Aunque todavía es muy temprano para evaluar la presidencia
de Vizcarra, es probable que ni los más adeptos al régimen se sientan
satisfechos con los resultados alcanzados. Sin embargo, resulta importante
analizar qué nos pasó, para tratar de no volver a cometer los mismos errores. No
se trata de hacer leña del árbol caído, sino de no seguir haciéndonos leña.
2. Aunque es cierto que el gobierno
saliente tuvo que enfrentar una crisis sanitaria sin precedentes en nuestras
vidas, también es verdad que el Perú registra la tasa de mortalidad por el
COVID-19 más alta del mundo. Y en el campo económico, los resultados no son muy
diferentes: registramos una de las caídas del PBI más grandes del planeta en el
2020. El manejo de las crisis fue, a todas luces, deficiente.
3.
Sin duda, los dilemas que planteó el COVID-19
fueron terribles. Entramos en un terreno desconocido, con instituciones
débiles, pero también con una fortaleza macroeconómica envidiable, la cual se
construyó con mucha responsabilidad a lo largo de tres décadas. El gobierno
arguye que priorizó la vida sobre la economía. Sin embargo, dado que terminamos
siendo el país con más muertes en relación a su población, es evidente que las
prioridades anunciadas no se tradujeron en políticas sanitarias efectivas. Y, para
colmo de males, el costo económico de lo que se hizo resultó enorme.
4. Dejando de lado la coyuntura, ¿qué
logros puede mostrar el gobierno en materia de reformas estructurales? ¿Mercado
laboral, formalización, infraestructura, promoción de la inversión,
modernización del Estado, lucha anticorrupción? ¿Programas sociales, agua y
saneamiento, educación, salud? ¿Seguridad ciudadana, justicia? ¿Políticas sectoriales? ¿Avanzamos algo en minería, petróleo, agro,
pesca, bosques, turismo? ¿Qué se hizo por destrabar la maraña regulatoria que
frena el desarrollo? ¿Y la reforma política, en qué quedó? Se cerró el Congreso
y casi tuvimos tres presidentes en menos de cinco años. ¿Acaso ahora nos
acercamos a las elecciones generales con un mejor marco institucional que hace
cinco años?
5.
Resulta claro que los resultados en
materia del manejo de la coyuntura y tratar de reformar la estructura son decepcionantes.
Los políticos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y, como hemos
visto, no se trataba solo del enfrentamiento entre Keiko y PPK, sino de toda
una clase política que parece estar de espaldas a los 32 millones de peruanos
que reclamamos un mínimo de responsabilidad.
6.
¿Cómo esperar un buen gobierno si no se
tiene una agenda clara de lo que se quiere hacer? Los resultados de gobernar
sin objetivos definidos, sin prioridades explícitas que se reflejen en un
listado y secuencia de acciones están a la vista. La excesiva rotación de
funcionarios de alto nivel –cambiamos de ministros como si se tratasen de mascarillas
descartables– también tuvo un costo grande en términos de incertidumbre e
inestabilidad de políticas.
7.
¿Qué aprendemos de todo esto? Primero,
resulta indispensable que los aspirantes a la presidencia trabajen seriamente
en elaborar una agenda mínima de gobierno, con objetivos claros y realistas; que
planteen secuencias de políticas coherentes entre sí, en contraposición a
enumerar objetivos inalcanzables o difíciles de lograr de manera simultánea. Ellos,
además, tienen la obligación de buscar colaboradores preparados y honestos que
puedan formar un equipo estable de gobierno. Segundo, cuando en abril volvamos
a ir a las urnas, habrá que votar con consciencia, pesando en las consecuencias
de nuestro voto. No podemos seguir haciéndonos leña.
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