1. Seis días antes de la primera vuelta electoral, unos
amigos y yo apostamos sobre qué candidatos quedarían en los primeros cinco
puestos. Ninguno incluyó a Pedro Castillo entre los cinco primeros y solo uno
incluyó a Keiko entre los primeros dos. Hace poco más de un año, el FREPAP nos
sorprendió con su alta votación para el Congreso y esta vez también, pues no
consiguió superar la valla electoral. “Sorpresas te da la vida” decía Pedro
Navaja y, efectivamente, muchos quedamos sorprendidos con los resultados
electorales. ¿Deberíamos estarlo?
2. Las crisis sanitaria y económica sin precedentes que
golpearon al Perú en los 13 meses anteriores a la primera vuelta afectaron
severamente el bienestar y el estado de ánimo de los electores. El colapso de
la salud pública, la indolencia del Estado y la corrupción que nos acosa contribuyeron
al empobrecimiento de la mayoría de peruanos. Así, la pandemia sirvió de catalizador
para constatar que el statu quo no
solo es indeseable, sino insostenible.
3. La mayoría de los peruanos nos acercamos a votar con desesperanza
y frustración. En este contexto, ¿por quién votar? La debilidad y el desprestigio
de nuestras instituciones políticas y de la mayoría de nuestros políticos dificultaban
la decisión e incrementaban la probabilidad de éxito de un outsider. De hecho, de los cinco candidatos más votados, tres lo
eran (incluyendo al ganador) y el voto por estos tres outsiders casi duplicó el de los dos insiders. El voto estuvo muy fragmentado. Tres de cada cuatro
peruanos que votaron no lo hicieron por alguno de los dos candidatos que
pasaron a la segunda vuelta.
4. Supuestamente, la segunda vuelta es un juego muy
diferente al de la primera. Es más, en esta ocasión tenemos que escoger entre
dos posiciones antagónicas: un partido que en el primer capítulo de su plan de
gobierno se autodefine como comunista (marxista-leninista) y un partido de derecha
con rasgos populistas. ¿Será el voto más racional que en la primera vuelta? ¿O seguirán siendo las emociones las que
predominen?
5. Es altamente probable que en la segunda vuelta también
predominen las emociones. Relativamente pocos han leído o leerán los planes de
gobierno, y no son muchos los que decidirán su voto en base al análisis frío y
racional de las propuestas que hagan los candidatos. Y parece ser que así lo
entienden los estrategas de ambas campañas, quienes ahora apelan a emociones
fuertes: el miedo, la desconfianza, el sentimiento de cercanía, la esperanza.
Aquí no se trata de convencer a los electores que con una altísima probabilidad
votarán por el contrincante, sino a aquellos que, no estando convencidos de
votar por el otro, probablemente lo hagan u opten por el blanco o nulo. ¿A qué
emociones apelar entonces?
6. Haber apelado al miedo (“no al comunismo”) sin duda ha favorecido
la subida de Keiko, pero insistir mucho en ello podría terminar siendo contraproducente
para los electores en juego. Necesita apelar también a emociones incluyentes. Por
otro lado, a Castillo le ha funcionado apelar a la cercanía a sus electores (el
spot de “los nadies”). Sin duda, ambos candidatos tratarán de generar más
desconfianza –un sentimiento muy fuerte– respecto a su contrincante. Pero
¿dónde está la generación de confianza hacia ellos mismos? ¿Dónde quedó el
distanciamiento de las pesadas mochilas que ambos cargan, los mea culpa y los compromisos creíbles?
7. Como nos lo demostró la primera vuelta, las emociones
pueden ser muy volátiles y la elección está lejos de haberse definido. Triunfará
quien logre derribar la desconfianza que aún le tienen los electores que no han
decidido su voto o que podrían cambiar de intención.
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