1. Gracias al
paseo guiado por la literatura universal que nos hace Jeremías Gamboa en sus
talleres, hace poco terminé de leer la novela “Las viñas de la ira” del
escritor estadounidense John Steinbeck, premio Nobel de Literatura 1962. La
novela, que le mereció el premio Pulitzer en 1940, es considerada la mejor obra
del autor y resulta increíblemente actual para nosotros, que recientemente hemos
comprobado el enorme malestar y las fuertes protestas de miles de trabajadores
eventuales en la agricultura moderna del Perú.
2. La novela
de Steinbeck, ambientada en la década de 1930, describe con crudo realismo las
condiciones de los pequeños productores agrícolas del medio oeste
norteamericano que perdieron sus tierras y migraron a California, cuya agricultura
demandaba de abundante mano de obra durante la época de cosecha. En
contraposición a sus sueños, los miembros de la familia Joad –los protagonistas
de la novela– se ven obligados a vivir en condiciones paupérrimas,
constantemente migrando de un lugar a otro, buscando cosechas de algodón,
melocotones o de lo que fuera para poder comer y sobrevivir. La extraordinaria narración
de Steinbeck nos confronta con la injustica y el abuso en una sociedad
fragmentada, en un periodo de profunda crisis económica y social.
3. La obra de
Steinbeck fue muy polémica en el momento de su publicación, como también
resulta polémico lo que estamos viviendo en torno a las protestas de trabajadores
del agro moderno peruano. Este nuevo conflicto social refleja la confluencia de
una serie de factores: muchos trabajadores migrantes, poco calificados, y con salarios
bajos; abuso de trabajadores por parte de intermediarios inescrupulosos (los famosos
services) e, indirectamente, las
empresas que los emplean; ausencia de
Estado; percepción de inequidad, incertidumbre respecto al futuro… En fin, la
lista es larga.
4. A lo
anterior hay que agregar la existencia de un régimen promocional especial que
ha contribuido a un boom agroexportador sin precedentes, pero que algunos creen
solo ha beneficiado a los dueños de menos de 200 empresas agroexportadoras y no
a los más de 400,000 trabajadores formales que ahora laboran en ellas. Claramente,
esta percepción es equivocada. Nadie obliga a los trabajadores a laborar en
estas empresas; si pudieran conseguir mejores puestos de trabajo en otros
sectores, lo harían. Seamos claros: el régimen promocional agrícola le generó
su mejor posibilidad de trabajo a cientos de miles de peruanos. ¿Ganan poco?
Sin duda, se trata de trabajadores muy poco calificados, producto de nuestro
deficiente sistema educativo.
5. Lo
anterior no quiere decir que el régimen agrario no era perfectible. Se abusó
del mismo; algunas empresas formales fueron cómplices al usar a intermediarios
que evadían la ley. Existen problemas de equidad que deben ser enfrentados; la
estabilidad social en el campo así lo requiere. Las protestas pusieron en las
primeras planas el problema y la incapacidad del Estado para imponer la ley y el
orden lo magnificó. El Congreso de la República no se quedó atrás: derogó de
manera apresurada un régimen promocional exitoso que necesitaba ser
perfeccionado y ahora debe ver qué hacer.
6. Los retos
que tenemos por delante en este campo incluyen: (i) asegurar que el flujo de
inversión privada en el agro no se detenga y sigamos generando puestos de
trabajo para sacar a más peruanos de la pobreza; (ii) mejorar de manera
concertada las condiciones de trabajo del agro moderno, evitando generar más
incentivos para la informalidad; (iii) asegurar la presencia de servicios
públicos básicos en las zonas donde opera esta industria; al respecto el
mecanismo de obras por impuestos puede ser una opción interesante a corto
plazo.
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