Fuente: Diario Gestión
1.
Como si
se tratase de la crónica de una muerte anunciada, esta semana el Congreso de la
República decidió partir en dos la tercera legislatura del periodo 2020-2021. En
marzo del año pasado, se aprobó que dicha legislatura se desarrolle entre el 01
de febrero y el 16 de julio de 2021, pero esta semana el Congreso decidió terminarla
tempranamente, aprobando, a su vez, una cuarta legislatura, del 13 de junio al 16 de julio.
El objetivo de esta leguleyada no es otro que reformar la Constitución Política
del país entre gallos y medianoche, votando a favor de cambios constitucionales
que serían confirmados en la “próxima legislatura” por este mismo Congreso.
2. ¿Qué reformas constitucionales se aprobarían? No sabemos
con certeza –se dice que la bicameralidad, la cuestión de confianza, el acceso
libre a internet– pero en principio las que este Congreso, que tiene los días contados, decida realizar. Es más, a fin de que sus caprichos
legislativos no sean declarados inconstitucionales, el Parlamento se alistaría
a nombrar a nuevos miembros al Tribunal Constitucional para lograr validar y
afianzar sus cambios a la Carta Magna y las leyes que decida aprobar antes de
terminar sus funciones, incluyendo algunas que les redituaría a muchos
representantes beneficios políticos a corto plazo. ¡La similitud con las
prácticas del chavismo es alarmante!
3. Este
es el broche de oro de un Congreso que ha hecho mucho daño al país, no solo al
aprobar una serie de despropósitos legislativos populistas, sino al afianzar la
precariedad institucional en la que vivimos. Cómo será de cuestionable la
medida aprobada por el Pleno del Congreso que su propia presidenta se opuso a
la misma y cuestionó su legitimidad: “es una medida legal, pero no toda medida
legal es siempre legítima", dijo.
4. Pero,
la legitimidad vale poco en un entorno de debilidad institucional como el
nuestro. En efecto, aunque es obvio que el Congreso le ha sacado la vuelta a la
Constitución para modificar la propia Constitución, los ciudadanos no
terminamos de entender la gravedad de lo ocurrido y de asimilar los presagios
que este acto debería transmitirnos en un momento electoral tan complicado como
el actual. Por lo tanto, no reaccionamos y el acto ilegítimo se legaliza y su
vigencia se perpetúa.
5. El mensaje o la lección de
este episodio no es tan difícil de descifrar: nuestras instituciones son tan
débiles que cualquier grupo político medianamente avezado puede, desde una
posición de poder, hacer importantes modificaciones al marco legal y cambiar
las reglas del juego bajo las que venimos operando hace tres décadas, sin generar
antes los consensos necesarios. Y el cambio puede hacerse de manera repentina,
aprovechando las reglas del juego vigentes. El Ejecutivo que estamos por elegir
podría dar “pasos ilegítimos pero legales” que, poco a poco, coacten nuestras
libertades y nos sometan a los intereses de un régimen autoritario y corrupto, hundiéndonos
así en la pobreza y el caos.
6. Al momento de votar tenemos
que mirarnos en el espejo de Venezuela. La precariedad institucional, la
fragmentación política, el hartazgo con todo lo que suene a más de lo mismo,
nos puede llevar al despeñadero. Elegir este domingo a una fuerza política con
manifiestas inclinaciones autoritarias, improvisada, y sin capacidad alguna
para sacarnos de la actual crisis económica, social y política resultará
nefasto. El populismo radical, que no tiene miramientos por los derechos de los
ciudadanos, trae hambre, caos y desolación. Los más de cuatro millones de
venezolanos que, en condiciones funestas tuvieron que abandonar su país,
constituyen el mejor testimonio de los riesgos reales que enfrentamos.
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