- Hace ya algunos años que vengo analizando los determinantes del voto político en el Perú. ¿Por qué votamos como votamos? ¿Lo hacemos con la billetera o con el corazón? Tal vez esta disyuntiva entre billetera y corazón suene extrema, pero es útil para marcar las diferencias existentes entre diferentes tipos de motivaciones: el interés económico propio (el de mi familia o mi grupo) frente a intereses más ‘nobles’ que muchos creemos compartir: rechazo a la corrupción, anhelo de seguridad o vida en democracia. ¿Qué es lo que prima al votar, el homo economicus o el homo politicus?
- Los resultados de las últimas tres elecciones presidenciales indican que los determinantes del voto difieren entre la primera y la segunda vuelta. A diferencia de la primera vuelta, cuando el homo economicus juega un rol preponderante, el voto en la segunda no se explica por variables económicas. Las elecciones en segunda vuelta las deciden los electores cuyos candidatos quedaron fuera de carrera tras la primera vuelta; estos se ven forzados a votar por quien perciben como el “mal menor”. En este contexto, es posible que su voto sea más emocional que racional.
- Así, no es sorprendente que las variables económicas pierdan relevancia frente a los temas políticos de la campaña, que ocupan el centro del debate antes del voto de segunda vuelta. Ya no importa tanto si tal o cual candidato implica que el modelo económico se perpetúe y perfeccione, sino más bien si tal o cual candidato se vio fortalecido o desacreditado por el manejo que hizo de los temas centrales de la campaña.
- Y justamente esto es lo que puede explicar el aparente divorcio entre la economía y la política en el Perú. ¿Por qué en el 2011, en el medio del boom económico, optamos por un candidato antisistema? Y ¿por qué en el 2016, en el medio de la desaceleración económica, elegimos al candidato más proempresa? La posición frente al modelo económico imperante pierde importancia frente a la percepción de cuál candidato será mejor en administrar el Estado, quién logrará que este sea menos corrupto y que provea mejores servicios públicos (seguridad, justicia, educación y salud, entre otros).
- Los economistas, sin embargo, asignamos un peso desproporcionado al crecimiento económico y descuidamos algunos temas institucionales que los electores valoran más que la tasa de crecimiento del PBI per cápita. Por ejemplo, la corrupción y la inseguridad ciudadana son percibidos como problemas primordiales por el electorado, y estos son producto de la debilidad institucional y de la deficiente gestión del Estado.
- Los economistas debemos tomar en cuenta lo que piensa el electorado, es hora que prestemos más atención a la gestión del Estado. Esto no implica descuidar la inversión privada o el crecimiento económico, todo lo contrario. El rol fundamental de los gobernantes es gestionar el Estado y proveer los servicios públicos que clama la población. Los economistas tenemos mucho que contribuir analizando y proponiendo modificaciones a la estructura de incentivos que está detrás de la deficiente provisión de servicios públicos.
- El Estado no necesita de muchos más recursos financieros para cumplir con sus funciones. No es buena idea quitarle más recursos al sector privado para entregárselos a un Estado muchas veces ineficiente e inefectivo. Lo que se requiere es cambiar la estructura de incentivos bajo la cual opera la burocracia estatal, empoderando a los funcionarios públicos y, por supuesto, haciéndolos también rendir cuentas. Sin esta reforma, la real reforma del Estado, el electorado seguirá frustrándose y el futuro será aún más incierto.
Muy atinado comentario, creo que la transparencia de los actos de los Funcionarios Públicos ayudaría también a que el empoderamiento no se distorsione y que sea la columna vertebral de toda gestión en el estado.
ResponderEliminar