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Vacunas contra la corrupción


  1. Hace dos semanas, tuve la oportunidad de escuchar una extraordinaria conferencia en la Universidad Continental sobre la lucha contra la corrupción en América Latina, dictada por el Dr. Fernando Carrillo Flórez, Procurador General de la Nación de Colombia. Según el conferencista, “la corrupción en la región nace, crece, se reproduce y no muere, sino que se transforma, se moderniza, se digitaliza y se sofistica.” Pareciera que “la corrupción ha desarrollado un sistema inmunológico” que supera largamente a las vacunas tradicionales de las que disponemos para combatirla. 
  2. Los sistemas de control y justicia en muchos de nuestros países no disponen de los instrumentos tecnológicos necesarios para enfrentar la corrupción y esto ha contribuido a que esta actividad llegue a representar cerca del 5% del PBI (más del doble que la contribución de la pesca al producto nacional y mayor a todos los recursos que asignamos a la educación en el Perú). En efecto, en el pasado prestamos poca atención a la contribución que podría hacer el avance tecnológico y focalizamos el esfuerzo en materia anti-corrupción en algunas reformas normativas y legislativas. 
  3. Aunque la legislación claramente tiene que ser modernizada –en nuestro caso, el problema de la inadecuada regulación del financiamiento de las campañas políticas es clamoroso–, no deberíamos caer en lo que el Procurador colombiano denomina “el fetichismo normativo y legislativo”. Pensar que en países como los nuestros una reforma legislativa producirá grandes cambios es básicamente iluso. La ley no se cumple y esto no solo refleja que el “enforcement” (hacer que las normas se cumplan) es –en el mejor de los casos– muy débil, sino que el sistema formal que supuestamente ordena nuestras actividades ha perdido legitimidad. El desorden impera, la ilegalidad se disfraza de informalidad y la corrupción se exacerba. En este contexto, las nuevas normas –aunque se traten de reformas constitucionales– tendrán limitadas posibilidades de éxito. 
  4. Como bien enfatizó el Dr. Carrillo Flórez, lo que requerimos a gritos es lograr que se produzcan cambios de conducta, cambios culturales. Aunque la adopción de herramientas tecnológicas modernas y la modificación del marco normativo pueden contribuir a modificar la estructura de incentivos que condiciona nuestro comportamiento, mucho más importante es la sanción social. De hecho, en nuestros países, esta es mucho más importante que la sanción legal. El que cada uno de nosotros no dé por sentado el status quo y que, más bien, se rebele frente a actos corruptos, inmorales o simplemente impropios puede hacer toda la diferencia. El sancionar socialmente a políticos, jueces o empresarios que delincan puede ser el mejor instrumento a nuestro alcance. 
  5. No podemos seguir enalteciendo a los corruptos en los medios de comunicación, en las series de televisión, o en nuestras conversaciones diarias. El conferencista hizo referencias a las novelas sobre Pablo Escobar y a los tours que se hacen en Medellín visitando los lugares donde este nefasto personaje vivió, como patéticas muestras de en lo que hemos caído y el enorme reto por delante. Yo no pude menos que pensar en las referencias que hacemos a algunos políticos, a los que consideramos delincuentes con corbata, pero a quienes nos referimos como “grandes maestros” por el  hecho de haberla “sabido hacer”. ¡Cambiamos de actitud, sí se puede!

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