- Tras un 2018 turbulento, con resultados políticos y económicos difícilmente predecibles –pero en el balance, positivos– empezamos el año 2019 con menos preocupaciones que las que nos embargaban hace un año. En la esfera política, la confrontación fraticida y sin sentido entre el oficialismo y la primera fuerza de la oposición habría disminuido, tras infligirle un costo muy alto al país y a ambas agrupaciones. Sin duda, el mapa de fuerzas políticas del país tendrá que volver a dibujarse en el 2021 y, probablemente, esto se hará bajo un conjunto de reglas más transparentes y eficientes que aquellas que facilitaron que lleguemos a lo que llegamos en el 2016.
- Por su parte, la economía peruana mostró, una vez más, su gran resiliencia. A pesar de la turbulencia política nacional, la creciente incertidumbre internacional, la progresiva caída de los términos de intercambio, y los grandes atrasos en los proyectos de inversión pública y de las APPs, los resultados macroeconómicos del Perú fueron alentadores: crecimiento cercano al 4%, inflación de 2.2%, reducida volatilidad cambiaria, balanza comercial superior a US$ 6,000 millones y déficit en la cuenta corriente menor al 2% del PBI. Incluso el déficit fiscal fue menor al anticipado, aunque esto último reflejó la pobre performance de la inversión pública.
- Sin duda, a todos nos gustaría que nuestra economía crezca más en el 2019, que supere el 4% y que, ojalá, se acerque más al 5%, permitiendo así generar más trabajo y mayores ingresos para los peruanos. Sin embargo, aún en la ausencia de shocks exógenos negativos, es probable que la economía pierda dinamismo producto de la anticipada desaceleración de la inversión pública –habitual en el primer año de los nuevos gobiernos subnacionales– y del hecho que no podrá beneficiarse nuevamente de un crecimiento extraordinario de la pesca (aunque esto sería compensado por el esperado incremento en la producción minera). Además, se prevé que la economía mundial se desacelere, con los consabidos efectos negativos que esto tiene sobre nuestra economía.
- En este contexto, seguir haciendo más de los mismo –seguir en piloto automático– probablemente contribuirá a que la ralentización de la economía se consolide. El crecimiento del PBI podría estacionarse en 3.5% y el de la demanda interna podría reducirse aún más, producto de la desaceleración de la inversión. Aquí es importante aclarar algo: que el gobierno esté en piloto automático en lo económico, no implica que éste no trabaje en un sinnúmero de tareas –enfrentando nuevos problemas, tapando posibles autogoles y ejecutando algunas iniciativas interesantes–, pero lo que hace es más de lo mismo, business as usual. Sin embargo, en las actuales circunstancias, más de lo mismo no resulta suficiente. La falta de ambición puede ser más desgastante, frustrante y costosa que modificar la forma de hacer las cosas.
- ¿Cómo dinamizar el crecimiento de manera sostenible en el contexto actual? Muchos de mis colegas responden a esta pregunta con la receta mágica: “más reformas”, aunque no se toman el trabajo de detallar las mismas y de cuantificar sus efectos en el tiempo. Sin duda, reformas económicas pro mercado –que requieren de nuevas leyes y generar consensos en el congreso–, contribuirían a incrementar el crecimiento potencial de la economía. Sin embargo, lo que necesitamos es dinamizar la inversión en el corto plazo. Para lograr esto, se necesita un “shock de gerencia” dentro del sector público: definir metas concretas, identificar instrumentos, escoger indicadores de seguimiento, rendir cuentas a la ciudadanía y, cómo no, fortalecer el equipo gerencial del Estado.
Fuente: Diario Gestión Los hechos demuestran que los funcionarios públicos ganan poco al tomar decisiones, pero pueden perder mucho cuando toman riesgos y deciden sobre un tema controversial. La consecuente inacción –explicada por “el pánico a firmar”– trae pocas consecuencias personales para los burócratas, pero termina siendo extremadamente perjudicial para la sociedad. El que no se tomen decisiones o que estas demoren una eternidad perjudica la provisión de bienes y servicios públicos y traba el funcionamiento del sector productivo. En esta ocasión, nos concentraremos en la relación entre el pánico a firmar y los arbitrajes del sector público. También nos referiremos a las decisiones insensatas de algunos políticos y los consecuentes arbitrajes que ocasionan. En ambos casos, los peruanos perdemos mucho. La renuencia a tomar decisiones y enfrentar enormes riesgos personales, ha llevado desde hace muchos años a que los funcionarios prefieran dejar que la decisión la tome un tribunal
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