1. Los formuladores de políticas públicas alrededor del mundo enfrentan
una disyuntiva básica, usualmente no explícita, en su tarea como
administradores de recursos: escoger entre buscar más equidad o más eficiencia.
Los economistas generalmente asignamos una mayor prioridad a la eficiencia y,
por qué no aceptarlo, descuidamos los temas de equidad. En este contexto, no debe
sorprender que la discusión en torno al desarrollo de los países casi siempre
se dé en términos de crecimiento del PBI per cápita y no en términos de desigualdad.
2. Desgraciadamente, muchos economistas olvidamos que el homo economicus, ser racional inventado
por nosotros, no se comporta como el homo
sapiens. El primero, nuestro ser ficticio, es más feliz cuanto más tiene y
sus preferencias son independientes de las de los demás. No obstante, en el
mundo real, el bienestar de las personas no solo depende
de cuánto tenemos, sino de cuánto tenemos en relación a los demás; nuestra
felicidad parece depender mucho de nuestra posición relativa en nuestros
respectivos entornos (casi nadie le hace caso a la recomendación de no
compararse con los demás). Por eso, si vemos prosperidad a nuestro alrededor,
si escuchamos noticias sobre el “milagro económico”, o si leemos sobre cómo
algunos pocos se roban la plata de todos, es natural que nos frustremos si
consideramos que nuestra calidad de vida no es aquella que debería ser.
3. De hecho, nos frustramos cuando a pesar de la mejora “en promedio” de
los ingresos de la población, consideramos que la distribución de los
beneficios del crecimiento no es “justa”. Evidencia de esto lo vemos hoy en día
en Chile. El país sureño, líder de muchos rankings en la
región, se encuentra en medio de una grave crisis social. Muchos señalan que
esto se debe a que sectores importantes de su población (obreros, pensionistas,
estudiantes) se sienten desatendidos, “ninguneados”, pues perciben que el
crecimiento les es ajeno, que llegaron tarde a la repartición de la torta.
4. ¿Cómo un aumento del 3.75% de un pasaje del Metro puede provocar conflictos de la magnitud
que hemos visto? La realidad nos muestra que cualquier chispa puede iniciar un
incendio en un contexto de malestar social, en el que sectores importantes de
la población se sienten excluidos, en donde
muchos perciben que el contrato social se ha vulnerado para las mayorías, a
pesar del crecimiento del ingreso per cápita. La protesta no se produce frente
a la falta de eficiencia, sino frente a la falta de equidad. Y aunque resulte
paradójico para muchos economistas, cualquier “ajuste menor” puede constituir
la gota que derrame el vaso.
5. Muchos no vieron, o no quisieron ver, que el bienestar de muchas
familias chilenas sí se ve afectado por alzas en los costos de los servicios
básicos, pues sus ingresos no les permite afrontarlos. La percepción de alta
inequidad generó malestar y, producto de este malestar, se produjeron
enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los ciudadanos chilenos. Estos
han dejado más de US$ 300 millones de pérdidas en capital físico y muertes de
personas inocentes. Más allá del número exacto de muertos, esta tragedia será
algo que las familias no olvidarán y afianzará el sentimiento de que “el
sistema” no es justo.
6. El crecimiento económico es la base del
desarrollo sostenible, pero igual de relevante
son las grandes brechas de desigualdad que aún afectan a países como el
nuestro. Las decisiones de un país en esta materia deben ser tomadas con
inteligencia, sin dogmatismos. Es hora de equilibrar el análisis
equidad-eficiencia y pensar en la sostenibilidad de los contratos sociales.
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