1. A menos de dos meses de terminar el año, me tomo un
momento para reflexionar sobre lo sucedido en el transcurso del 2019. Recordemos
que empezamos el año con menos preocupaciones que en el 2018: la confrontación
política había amainado, el crecimiento económico oscilaba alrededor del 4%, la
inflación se situaba cerca del 2% y la volatilidad cambiaria era mínima. Hoy,
todos conocemos lo ocurrido con el devenir de los meses y, aun así, nuestra
economía se muestra resiliente. Afuera, la mayoría de analistas nos ve como un
caso de éxito. Sin embargo, adentro, la percepción es diferente, nuestra
inclinación a auto-flagelarnos es bastante conocida. Pero, también es cierto
que si continuamos haciendo más de lo mismo, la ralentización de la economía se
consolidará y, lo que es peor, grupos radicales podrían aprovechar la
frustración de nuestras expectativas para proponer políticas que atentan contra
el desarrollo del país.
2. El discurso de 28 de julio del presidente Martín
Vizcarra, en el que propuso adelantar las elecciones generales, nos obligó a
replantearnos escenarios y a ajustar nuestros planes para seguir trabajando. En
setiembre, en el punto más álgido de la confrontación política, el presidente
decidió cerrar el congreso. Y, a pesar de que esta decisión sigue siendo
evaluada por el Tribunal Constitucional, lo cierto es que las elecciones congresales
ya se agendaron para enero próximo y que los peruanos seguimos trabajando y generando
riqueza.
3. En un plano más personal, a mediados de abril decidí
aceptar la invitación a asumir la presidencia del Directorio de Petroperú. De
regreso en el sector público he vuelto a comprobar dos tipos de comportamientos
que verifiqué y sufrí hace 20 años, cuando estuve en el MEF. El primero es lo
mucho que nos cuesta reconocer errores. Pero si no los reconocemos, ¿cómo
podemos corregirlos? El segundo está relacionado al gran miedo a tomar
decisiones y, por ende, la enorme fuerza del statu quo. Sin duda, estos tipos de comportamiento forman parte de
la cultura que prevalece en el sector público y ayudan a explicar la
desaceleración económica y la frustración de los peruanos con los resultados de
muchas de nuestras políticas públicas.
4. En el mundo real, los funcionarios públicos, al igual que
el resto de la humanidad, actúan bajo incertidumbre y con información
incompleta, y, cómo no, corren el riesgo de equivocarse. El problema es que,
tal vez, algunos años después, probablemente sean juzgados y sancionados por el
simple hecho de haber tomado decisiones o, ¡Dios no lo quiera!, por haberse
equivocado. En nuestro caso, al momento de investigar y sancionar a los
funcionarios públicos parece ser que no importa que estos hayan seguido el
debido proceso o que sus decisiones hayan estado debidamente sustentadas. Paradójicamente,
en el sector público peruano, el problema real pareciera residir en haber
tomado decisiones.
5. Muchos funcionarios son avasallados por el temor a
equivocarse y, consecuentemente, no actúan; si pueden, le echan la
responsabilidad a otro funcionario. Esta vez, me he quedado anonadado al
verificar que algunos empleados públicos, incluso, no aceptan siquiera ser
formalmente informados, “pues eso equivaldría a tomar una decisión”. La verdad
es que la cultura de nuestro sector público no solo lo lleva a la inacción,
sino que perpetúa la misma. ¿Cómo puede dinamizarse la inversión –pública o
privada– y acelerar el crecimiento económico, si es que el sector público se
convierte en un lastre a veces infranqueable para el proceso de toma de
decisiones?
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